Prematriculación en la escuela del Casco Viejo: una oportunidad

En el mes de febrero se realiza la campaña de pre-matriculación y las
familias con hijos de dos y tres años eligen la escuela para el próximo
curso. No es una decisión cualquiera; esa escuela tendrá un lugar
importante en la vida cotidiana de la familia durante los próximos diez
años -o más, si tiene educación secundaria-. ¿Cómo elegimos la escuela
de nuestros hijos? Está claro que los elementos que los padres
barajamos son diversos, desde algunos más objetivos como la cercanía,
el modelo lingüístico, el proyecto educativo o los servicios que el
centro ofrece, a otros elementos más intangibles y a veces resbaladizos
como el prestigio que pueda tener, la extracción social o la
procedencia de sus alumnos…

El caso es que la elección de un
centro u otro no sólo tiene consecuencias para nuestros hijos sino
también para el entorno en el que vivimos. En concreto, a un pueblo o a
un barrio su escuela le da vitalidad y es, de por sí, un factor de
cohesión de primera magnitud en muchos terrenos: los niños de la zona
se van a conocer allí, se harán amigos, se saludarán al coincidir en el
barrio, se juntarán en el parque, pasarán alguna tarde unos en casa de
otros… Y las madres y padres se encontrarán al llevar a los niños y
al recogerlos de la escuela y entablarán relaciones que podrán tener
continuación en otros lugares del entorno.

Esta cohesión tan básica es fundamental en una sociedad cada vez más
diversa y multicultural y en la que a menudo se expresan desconfianzas
mutuas. Precisamente el término cohesión es una palabra clave entre los
expertos que reflexionan sobre el modelo de ciudad y de sociedades en
general que hay que propulsar en la actualidad. No existe institución
que pueda hacer mayor papel que la escuela en este terreno.

Hay
una escuela concreta que supone un ejemplo gráfico sobre las
oportunidades educativas y la cohesión posible; se trata de la escuela
Ramón Bajo, del Casco Viejo de Vitoria, la única que está situada en
ese barrio. Hace cuatro años empezó a funcionar en el centro un aula de
dos años de modelo D y con ella comenzó el cambio del A al D.
Actualmente toda la educación infantil se ofrece ya en modelo D y el A
irá desapareciendo curso a curso. Esta decisión es un elemento más de
la transformación que se está produciendo en el centro para responder
adecuadamente y en clave de calidad al barrio.

Pero no está
resultando sencillo. Curiosamente las familias gitanas e inmigrantes
siguen matriculando a sus hijos con toda normalidad en el centro, ahora
en el modelo D, mientras que las familias autóctonas no gitanas (que
son con mucho la mayoría en el barrio) siguen enviando a los suyos a
escuelas fuera del barrio.

En estos días en que tanto se habla de
la necesidad de que los inmigrantes se integren, resulta curiosa la
paradoja de que los hijos de esas familias estén aprendiendo en euskara
en una escuela donde apenas tienen la posibilidad de contacto con los
hijos de los vascos, que se encuentran repartidos por distintos centros
de la ciudad.

Y, sin embargo, no son pocas las ventajas que
ofrece una escuela como la del Casco Viejo. En el plano más cotidiano,
el concepto escuela de barrio supone ventajas que han sido señaladas
por los expertos en educación y que resultan fácilmente visibles
también para quienes no lo son; quizá la más inmediata es la cercanía y
la posibilidad de acompañar diariamente a los hijos, además del hecho
de evitar madrugones, viajes en autobús y horarios estresantes para los
niños y sus familias.

Pero no es menos importante el contacto
diario de los padres y madres con los profesores de los hijos y con los
compañeros de clase y sus familias; podemos hacer un seguimiento
cercano del día a día de nuestros hijos. Sin olvidar el disfrute de un
espacio para el encuentro y para el juego de los niños a la entrada y
salida del centro; es importante que los niños hagan amigos en su
propio entorno y no se encuentren sin "red social" fuera del horario
escolar.

Por otro lado, la escuela de barrio ofrece actividades
extraescolares integradas en el barrio, la posibilidad de utilizar en
horario escolar los recursos del barrio para apoyar el aprendizaje (el
Saregune, los recursos del Centro Cívico, los espacios culturales del
barrio: los distintos museos, la catedral, el gaztetxe, las escuelas de
danza…). Además de la participación más fácil de las familias en la
vida de la escuela por la cercanía de su domicilio al centro: en el
AMPA, en reuniones con los docentes, en las actividades del centro…

Hay
que añadir que la escuela del Casco Viejo de Vitoria tiene un
profesorado, una dirección y una asociación de familias comprometidas
con la enseñanza de calidad dentro de los parámetros que defienden
actualmente los investigadores en educación inclusiva: una escuela
pequeña y por tanto con una gestión de dimensiones razonables,
incardinada en su barrio y que mantiene ricas relaciones de
colaboración con la comunidad escolar y con los agentes de su entorno.
Se trata, por tanto, de un modelo educativo altamente ecológico y
humano.

Por todo esto, cada año son más las familias autóctonas
que eligen la escuela del barrio, pero son todavía demasiado pocas. Es
claro que a algunas les resulta más fácil entregar en navidades un
juguete en el centro cívico para los niños pobres de Perú -tan
lejanos-, que relacionarse de igual a igual con las familias de otras
procedencias -justo en la puerta de al lado, en la escuela de al lado-.

Esta
contradicción tiene como consecuencia que nuestros hijos pierden la
verdadera ocasión de educarse desde la práctica para la convivencia en
el mundo plural en el que les ha tocado vivir. Sería deseable que la
diversidad social y de origen de los alumnos no fuera la razón para
descartar una escuela sino precisamente lo contrario, para elegirla.

Con
absoluto respeto para quienes se deciden por otras opciones, la escuela
del Casco Viejo, como la escuela de cada barrio, tiene la vocación de
ser el lugar natural al que los vecinos llevamos a nuestros hijos.
Merece la pena considerarla como una oportunidad para ellos y para el
lugar en el que vivimos.

por Amelia Barquín

* Asociación de Madres y Padres de Alumnos de la escuela Ramón Bajo

Este artículo ha sido publicado en El Diario de Noticias de Álava 

 

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